miércoles, 10 de abril de 2013

Cristo y Nicodemo


Cristo y Nicodemo. ca.1604-45. Volmarijn Crijn Hendricksz. 
Óleo sobre tabla, 87,5 x 111.4cm.
Coleccion particilar

Como el evangelista san Juan (Jn 3, 16-21) sigue hoy con la narración del encuentro entre Jesús y Nicodemo, dejamos nosotros a la contemplación este cuadro del mismo autor que ayer y muy similar, así podremos entrar, de manera casi natural, en ese ambiente de intimidad y conversación continuada que comenzamos ayer y que da  para reflexión profunda en el misterio de Cristo y su venida al mundo así como la búsqueda de la verdad y obrar en y desde ésta.

San Agustin comentando el evangelio de san Juan glosa de esta manera el pasaje:

Pues Dios envió su Hijo al mundo no para que juzgue al mundo, sino para que el mundo se salve mediante él. En cuanto, pues, depende del médico, ha venido a sanar al enfermo. Se suicida el que no quiere observar los preceptos del médico. Ha venido el Salvador al mundo. ¿Por qué se le ha llamado Salvador del mundo, sino para que salve al mundo, no para que juzgue al mundo? Si no quieres que te salve, serás juzgado por ti mismo. ¿Y por qué diré «serás juzgado»? Mira qué afirma: El que cree en él no es juzgado; quien, en cambio, no cree ¿qué esperas que diga sino que es juzgado? ya está juzgado, asevera. Aún no ha aparecido el juicio, pero ya está hecho el juicio. El Señor conoce a quienes son suyos: conoce quiénes permanecerán hasta la corona, quiénes permanecerán hasta la llama; en su era conoce el trigo, conoce la paja; conoce la mies, conoce la cizaña. Ya está juzgado quien no cree. ¿Por qué juzgado? Porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

Ahora bien, éste es el juicio: que la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron las tinieblas más que la luz, pues eran malas las obras de ellos. Hermanos míos, ¿de quiénes encontró el Señor obras buenas? De nadie. Malas encontró las obras de todos. ¿Cómo, pues, algunos han practicado la verdad y llegado a la luz? En efecto, sigue también esto: Quien, en cambio, hace la verdad viene a la luz para que se manifiesten sus obras, porque están hechas según Dios. ¿Cómo algunos han hecho la buena obra de venir a la Luz, es decir, a Cristo, y cómo algunos amaron las tinieblas? Efectivamente, si pecadores encontró a todos y a todos sana del pecado, y si la serpiente en que está figurada la muerte del Señor sana a esos que habían sido mordidos, y por la mordedura de la serpiente fue erguida la serpiente, esto es, la muerte del Señor por los hombres mortales, a los que halló injustos, ¿cómo se entiende: «Éste es el juicio: que la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron las tinieblas más que la luz, pues eran malas las obras de ellos? ¿Qué significa esto? En efecto, ¿de quiénes eran buenas las obras? ¿Acaso no has venido a justificar a los impíos? Pero amaron las tinieblas más que la luz, afirma.

Pues muchos han amado sus pecados y muchos han confesado sus pecados, ha puesto el acento ahí: en que quien confiesa sus pecados y acusa sus pecados ya obra con Dios. Dios acusa tus pecados; si también tú los acusas, te unes con Dios. Hombre y pecador: son como dos realidades. Dios ha hecho lo que oyes nombrar «hombre»; ese hombre mismo ha hecho lo que oyes nombrar «pecador». Para que Dios salve lo que ha hecho, destruye tú lo que has hecho. Es preciso que odies en ti tu obra y ames en ti la obra de Dios. Ahora bien, cuando empiece a disgustarte lo que has hecho, a partir de entonces empiezan tus obras buenas, porque acusas tus obras malas. Inicio de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la luz. ¿Qué significa «haces la verdad»? No te halagas, no te lisonjeas, no te adulas; porque eres inicuo no dices «soy justo», y comienzas a hacer la verdad. Por otra parte, vienes a la luz, para que se manifiesten tus obras, porque están hechas según Dios, ya que esto mismo, que te desagrada tu pecado, no sucedería si Dios no te iluminase y su verdad no te lo mostrase. Pero quien, aun amonestado, ama sus pecados, odia la luz amonestadora y la rehúye, para que no sean argüidas sus malas obras que ama. Quien, en cambio, hace la verdad, acusa en su persona sus males, no se tiene consideración, para que Dios le perdone no se perdona porque él mismo reconoce lo que quiere que Dios perdone, y viene a la luz, a la que agradece haberle mostrado lo que él había de odiar en su persona. Dice a Dios: Aparta de mis pecados tu rostro. Y ¿con qué cara lo dice, si no dijera a su vez: Porque yo reconozco mi fechoría y mi pecado está delante de mí? Esté ante ti lo que no quieres que esté ante Dios. Si, en cambio, pones detrás de ti tu pecado, Dios te lo dirigirá ante tus ojos, y lo dirigirá cuando ya no habrá fruto alguno de la enmienda.

Corred, hermanos míos, para que no os envuelvan las tinieblas. Sin tregua trabajad para vuestra salvación; trabajad sin tregua, mientras hay tiempo: nadie permita que se le impida venir al templo de Dios, nadie permita que se le impida hacer la obra del Señor, nadie permita que se le impida la oración continua, nadie permita que se le distraiga de la devoción habitual. Trabajad, pues, sin tregua, cuando es de día, luce el día: Cristo es el día. Está dispuesto a perdonar, pero a los que reconocen su pecado; en cambio, lo está a castigar a quienes se defienden, se jactan de ser justos y suponen ser algo, aunque son nada. Ahora bien, quien camina en su amor y en su misericordia, liberado también de pecados cuales son crímenes, homicidios, hurtos, adulterios y robos —letales y grandes por relación a los que parecen ser menudos, pecados de la lengua o de los pensamientos o de inmoderación en cosas lícitas—, hace la verdad de la confesión y por las obras buenas viene a la luz, porque muchos pecados menudos matan si se los descuida. Menudas son las gotas que llenan los ríos; menudos son los granos de arena; pero, si se amontona mucha arena, oprime y aplasta. La sentina, si se la descuida, hace lo que al precipitarse hace el oleaje: paulatinamente entra por la sentina; pero, si entra largo rato y no se lo saca, hunde la nave. Ahora bien, ¿qué significa sacar, sino con obras buenas, gimiendo, ayunando, repartiendo, perdonando, tratar de que los pecados no ahoguen?

Por otra parte, el viaje de este mundo es molesto, está lleno de tentaciones: ¡en la prosperidad no encumbre, en la adversidad no desanime! Quien te ha dado la felicidad de este mundo, te la ha dado para tu consuelo, no para tu seducción. A la inversa, quien te flagela en este mundo lo hace para tu enmienda, no para tu condena. Soporta al padre educador, para que no sientas al juez castigador. Cotidianamente os digo estas cosas y han de decirse con frecuencia, porque son buenas y saludables.

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