martes, 7 de mayo de 2013

El Padre eterno y el Espíritu Santo


El Padre eterno y el Espíritu Santo, 1580. Obra de Paolo Caliari, el Veronese 
Óleo sobre lienzo

Jesús a sus discípulos:
"Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Adónde vas?" Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré.
Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado."

(Jn 16, 5-11)

San Agustín dice al respecto en su comentario al evangelio de san Juan:

Ahora, en cambio, voy a ese que me envió y, afirma, nadie de vosotros me interroga: «¿A dónde vas?» Indica que él va a irse sin que ninguno le interrogase, porque con la vista del cuerpo percibirían abiertamente que sucedería —en verdad, más arriba le habían interrogado a dónde iba a ir, y les había respondido que él iba a ir donde estos mismos no podían venir entonces; pero ahora promete que él va a irse sin que ninguno de ellos interrogue a dónde va—, pues una nube lo recogió cuando ascendió desde ellos, y a él que se iba al cielo no lo buscaron con palabras, sino que lo escoltaron con los ojos.

Pero, porque os he hablado de estas cosas, afirma, la tristeza ha llenado vuestro corazón. Evidentemente, veía que esas palabras suyas actuaban en sus corazones. Efectivamente, al no tener aún, bien adentro, el consuelo espiritual que iban a tener mediante el Espíritu Santo, temían perder lo que exteriormente veían en Cristo y, porque no podían dudar que ellos iban a perder al que notificaba verdades, el afecto humano se conturbaba porque la mirada carnal quedaba sin objeto. Por su parte, él sabía qué les convenía más bien, porque, evidentemente, es mejor esa vista interior misma con que el Espíritu Santo iba a consolarlos, él que iba no a meter un cuerpo humano en los cuerpos de quienes le veían, sino a infundirse a sí mismo en los pechos de quienes creen.

Por eso ha añadido: «Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; en efecto, si no me marchare, el Paráclito no vendrá a vosotros; si, en cambio, me marchare, lo enviaré a vosotros», cual si dijera: «Os conviene que esta forma de esclavo os sea quitada. Palabra hecha carne, habito ciertamente entre vosotros; pero no quiero que me queráis aún carnalmente ni que, contentos con esa leche, ansiéis ser siempre bebés. Os conviene que yo me vaya; en efecto, si no me marchare, el Paráclito no vendrá a vosotros. Si no hubiere retirado los alimentos tiernos con que os he alimentado, no hambrearéis el alimento sólido; si os hubiereis adherido carnalmente a la carne, no seréis capaces del Espíritu».

Porque ¿qué significa: Si no me marchare, el Paráclito no vendrá a vosotros; si, en cambio, me marchare, lo enviaré a vosotros? Puesto aquí, ¿tal vez no podía enviarlo? ¿Quién diría esto? En efecto, de allí donde aquél estaba no se había retirado éste ni había venido del Padre sin permanecer en el Padre; por último, aun establecido aquí, ¿cómo no podía enviar a ese de quien sabemos que sobre él, bautizado, había venido y se había quedado; más aún, ese respecto a quien sabemos que de él nunca había sido separable aquél?. ¿Qué significa, pues, «Si no me marchare, el Paráclito no vendrá a vosotros», sino: «No podéis captar el Espíritu mientras persistís en conocer según la carne a Cristo?». Por ende, el que ya había recibido el Espíritu afirma: «Aunque habíamos conocido según la carne, a Cristo, sin embargo, ahora ya no lo conocemos así», puesto que no conoce según la carne ni aun a la carne misma de Cristo, quien conoce espiritualmente a la Palabra hecha carne. Seguramente esto quiso el Maestro bueno indicar diciendo: En efecto, si no me marchare, el Paráclito no vendrá a vosotros; si, en cambio, me marchare, lo enviaré a vosotros.

El Señor, al prometer que él iba a enviar el Espíritu Santo, afirma: Cuando haya venido él, acusará al mundo respecto a pecado y respecto a justicia y respecto a juicio. ¿Qué significa esto? El Señor Cristo ¿tal vez no acusó al mundo respecto a pecado cuando aseveró: Si no hubiese venido y les hubiese hablado, no tendrían pecado; ahora, en cambio, no tienen excusa de su pecado? Pero, para que alguien no diga quizá que esto se refiere propiamente a los judíos, no al mundo, ¿acaso no aseveró en otro lugar: Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo que era suyo? ¿Tal vez no lo acusó respecto a justicia cuando aseveró: Padre justo, el mundo no te conoció? ¿Tal vez no lo acusó respecto a juicio cuando aseveró que él iba a decir a los de la izquierda: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles? En el santo evangelio se descubren también muchos otros pasajes donde Cristo acusa de estas cosas al mundo. ¿Qué significa, pues, que, por así decirlo, atribuya propiamente al Espíritu Santo esto? ¿Parece acaso que, porque Cristo habló sólo entre la gente de los judíos, no ha acusado al mundo, de forma que se entienda que se acusa al que oye al acusador? Al contrario, se entiende que, mediante sus discípulos derramados por el orbe entero, el Espíritu Santo ha acusado no a una única gente sino al mundo, porque cuando iba a ascender al cielo les dijo esto: No os toca saber los tiempos o momentos que el Padre puso en su potestad; pero recibiréis fuerza del Espíritu Santo que caerá de improviso sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén y en Judea entera y en Samaría y hasta los confines de la tierra. Esto significa acusar al mundo.

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