miércoles, 17 de julio de 2013

Mosaico bizantino. La zarza ardiendo


Ayer comenzamos a leer en la primera lectura de la Eucaristía el ciclo del Éxodo, con la figura de Moisés como instrumento elegido por Dios para liberar a su pueblo y realizar el misterio de la Pascua. Hoy leemos el episodio de la zaza del Horeb. El joven Moisés, después de matar al egipcio que maltrataba a unos israelitas, tiene que huir. Conoce a la que va a ser su mujer, Séfora, hija del sacerdote Jetró, al que sirve cuidando de sus rebaños. Pastoreando por el Horeb, queda admirado ante un hecho prodigioso: una zarza está ardiendo, pero no se consume. He aquí el texto completo:

En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios.
El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.
Moisés se dijo:
-«Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza. »
Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:
-«Moisés, Moisés.»
Respondió él:
-«Aquí estoy.»
Dijo Dios:
-«No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.»
Y añadió:
-«Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.»
Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.

El arte bizantino representó esta escena frecuentemente. Hoy sugerimos, para la contemplación, un mosaico que nos describe la escena. Es fundamental el hecho de los pies sagrados, es decir, la humildad exigida al hombre ante la santidad de Dios, aspecto fundamental en la piedad y en la iconografía oriental.

Esta imagen fue tipológicamente asimilada, tanto en oriente como en occidente, a la perpetua virginidad de María, que a pesar de engendrar al Hijo de Dios, no sufrió menoscabo.

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