sábado, 19 de abril de 2014

Anónimo alemán. Cuatro escenas de la Pasión

Cuatro escenas de la Pasión. 1495-1500. Anónimo alemán activo en Düren
Óleo sobre tabla. Medidas: 165cm x 55cm.
Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

El Sábado Santo es un día extraño. Recordamos aquél día, después de la muerte de Jesús, en el que Israel celebraba la Pascua, su salvación. Pero los discípulos, escondidos y derrotados, lloraban no sólo la horrenda muerte de su Señor sino, también, el rotundo desmentido que, aparentemente, había recibido de Dios el crucificado, como embaucador y falso profeta. Para nosotros, también es un día de espera, pero con la diferencia que nosotros conocemos lo que los discípulos ni siquiera esperaban: la Resurrección.

Para la contemplación de este día hemos escogido una tabla de un anónimo alemán de finales del siglo XV, en la que de forma muy plástica se traza el camino que discurre entre la ignominia de la Cruz y la gloria de la Resurrección. En esta estrecha tabla se representan cuatro escenas: El Descendimiento, El Santo Entierro, La bajada de Cristo al Limbo y La Resurrección. El pintor ha aprovechado las masas rocosas del paisaje para separar los episodios y se ha servido, además, de un estrecho y sinuoso camino con sus recodos para conectar las cuatro narraciones.


El Descendimiento, que corona el conjunto, se desarrolla con el tradicional esquema triangular organizado por el travesaño de la cruz y las dos escaleras que se apoyan en él para poder descender a Cristo. El artista ha optado por colocar en los peldaños a los tres hombres: José de Arimatea, Nicodemo y san Juan, mientras que la Virgen y dos de las santas mujeres permanecen esperando de pie junto al Calvario. El fondo elegido es un paisaje suave, de formas redondeadas, donde el celaje se ha sustituido por el característico fondo de oro.


El Santo Entierro, que cronológicamente, tiene lugar después, se organiza en torno a una pronunciada diagonal que marca el sepulcro sobre el que se agolpan los personajes en uno de sus lados. El sepulcro no es la cueva de la que habla de la Escritura, y que era la forma típica de enterrar en tiempos de Jesús, sino que se trata de un sarcófago contemporáneo al autor.


Siguiendo el orden de los sucesos, Cristo descendió al Limbo para liberar las almas de los justos que se representan en la boca de una cueva con las manos juntas en señal de oración y súplica. Cristo está desnudo, pero revestido del manto de púrpura, propio de los emperadores, y con un báculo dorado en forma de cruz.


La última escena que continúa rigurosamente el orden cronológico es La Resurrección, donde la figura de Jesús marca con su posición el eje de la tabla. Jesucristo, aquí, como es habitual, aparece triunfante tras haber vencido a la muerte, bendiciendo con una mano mientras que con la otra sostiene una ligera cruz. De los tres soldados, dos permanecen durmiendo mientras el tercero, despierto, es testigo del acontecimiento sobrenatural. 

Por el uso del oro, así como por el desarrollo de las escenas, se ha pensado que esta tabla tal vez fue el ala interior derecha de un altar que, por sus dimensiones, no estuvo destinado a un conjunto principal. La obra procede de la iglesia de un convento franciscano en Düren. La pintura, cuya catalogación no es fácil por las características que presenta, ha estado vinculada a pintores de los focos de Westfalia y de Colonia. 

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