miércoles, 21 de mayo de 2014

Leonardo de Carrión. Cristo Salvador

Cristo Salvador. 1553.  Leonardo de Carrión
Papelón y madera tallada y policromada. Medidas  102x75x19 cm
Museo Nacional de Escultura de Valladolid

El origen de esta singular obra hay que encontrarlo en uno de los extinguidos conventos de la villa de Medina del Campo, el de las Agustinas Recoletas, en cuyo inventario desamortizador de 1845 se registra una entrada que consigna "una medalla de cuatro cuartas por tres con el Salvador de medio cuerpo y cuatro ángeles". Aunque es seguro que la pieza tuviera mayores dimensiones, no habría de diferir mucho del aspecto que ahora presenta, recuperada su condición original tras reciente restauración, que permite observar el trabajo del soporte y la calidad de la policromía final.

El empleo del material llamado papelón, consistente en cartones y telas encolados con los que se modelaba una figura posteriormente policromada, consiguió obtener el mismo aspecto de la madera pero con menor coste. Sin embargo poco se sabe sobre el proceso técnico y al hecho del encargo de piezas realizadas en su mayor parte con estos materiales, tal vez porque la humilde condición de la tarea hacía innecesaria la formalización de un contrato para llevarla a cabo. 

La configuración de este relieve encaja con los principios estilísticos detectados en la obra del escultor Leonardo de Carrión, activo entre los centros de Valladolid y Medina del Campo. Gruesos mechones de cabello, rostro ovalado, ojos grandes y serenidad en el objeto final, se unen a una suavidad de la expresión que delata un paso más en los logros figurativos percibidos en su obra documentada.

El dominio ejercido en la plasticidad del material aumenta las posibilidades ofrecidas por el relieve. El plegado menudo de la túnica o la caída del manto aprovechan la condición textil del soporte para revelarse como trasunto fiel de la realidad, mientras que el grupo de los angelitos de la parte superior, produciendo un elegante rompimiento de gloria, son prueba de la asimilación de postulados renacentistas. El rostro, a pesar del nimbo crucífero y de su distinción sagrada, se trata como un idealizado retrato de inquietante belleza, con un giro amable y una expresión dulce que tiene innumerables precedentes en el mundo de la estampa.

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