viernes, 9 de mayo de 2014

Murillo. La conversión de san Pablo

La conversión de san Pablo. 1675-1682. Bartolomé Esteban Murillo
Óleo sobre lienzo. Medidas: 125cm x 169cm.
Museo del Prado. Madrid.

La liturgia de este tercer viernes de Pascua nos propone, en la primera lectura de la Eucaristía, la conversión de san Pablo. Los orígenes de la Iglesia estuvieron marcados tanto por la dura experiencia de la persecución como, sobre todo, por la poderosa actuación del Espíritu Santo, que resucita a Jesús de entre los muertos, y que sigue obrando sus mismos signos y prodigios, como inequívoca señal de la definitiva intervención de Dios en la historia de los hombres.

Ambos elementos convergen en la figura de Saulo, el enemigo de los cristianos que los persigue con saña no sólo en Jerusalén, sino que también extiende su furor a la ciudad de Damasco. De camino, sin embargo, el mismo Señor se le manifiesta y cambia radicalmente el destino de su existencia.

contemplamos esta escena en un lienzo de Murillo, inspirado en prototipos de Rubens, que en este caso se habrían transmitido a través de estampas. Narra el momento en que san Pablo, recién caído del caballo, oye que Cristo le pregunta: ¿Por qué me persigues? Todo ello con un sentido muy dinámico y con una utilización del color, de la luz y de las masas muy barroca, en la que se juega con el contraste entre el espacio casi vacío ocupado por la luz y Cristo, y el arremolinamiento de san Pablo y sus acompañantes ante un fondo tenebroso.

Murillo fue un artista con un temperamento pictórico pausado, y la mayor parte de los temas que cultivó se adaptaban más al movimiento contenido que al arrebato. En sus escenas de la vida doméstica de Cristo y la Virgen, sus descripciones de visiones y apariciones que transcurren tranquilamente en el interior de una celda y en horas de sueño o meditación, o sus Inmaculadas triunfales pero no apresuradas se impone un ritmo tranquilo aunque no estático. La propia técnica pictórica es muy segura y contenida; nunca fogosa o desbocada como lo era a veces en su colega Valdés Leal. Sin embargo, Murillo estaba más que suficientemente dotado para expresar el arrebato, el drama desatado y el dinamismo impetuoso, como lo demuestra sobradamente en esta obra, que por su tema y su tratamiento narrativo se cuenta entre las más singulares de su carrera.

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