lunes, 11 de agosto de 2014

Isidoro Arrendondo. Santa Clara ahuyentando a los infieles con la Eucaristía

Santa Clara ahuyentando a los infieles con la Eucaristía. 1693. Isidoro Arredondo
Óleo sobre lienzo. Medidas: 250 cm. x 180 cm.
Museo del Prado. Madrid.

En santa Clara, cuya memoria hoy celebramos, no sólo admiramos su amor a la pobreza, sino también la profunda fuerza que emergió de su amor a la Eucaristía. Este tema ha caracterizado la iconografía de la santa, como podemos ver en el lienzo que contemplamos del autor barroco Isidoro Arredondo.

Acerca de santa Clara pronunció el papa Benedicto una de sus magistrales catequesis, pronunciada en la Audiencia General del 15 de septiembre de 2010. Estas son sus palabras:

Nacida en 1193, Clara pertenecía a una familia aristocrática y rica. Renunció a la nobleza y a la riqueza para vivir pobre y humilde, adoptando la forma de vida que Francisco de Asís proponía. Aunque sus parientes, como sucedía entonces, estaban proyectando un matrimonio con algún personaje de importancia, Clara, a los 18 años, con un gesto audaz inspirado por el profundo dese de seguir a Cristo y por la admiración por Francisco, dejó la casa paterna y, en compañía de una amiga suya, Bona di Guelfuccio, alcanzó secretamente a los frailes menores en la pequeña iglesia de la Porciúncula. Era la tarde del Domingo de Ramos de 1211. Ante la conmoción general, se realizó un gesto altamente simbólico: mientras sus compañeros tenían en la mano antorchas encendidas, Francisco le cortó el cabello y Clara vistió un basto hábito penitencial. Desde aquel momento se había convertido en la virgen esposa de Cristo, humilde y pobre, y se consagraba a Él totalmente. Como Clara y sus compañeras, innumerables mujeres en el transcurso de la historia han sido fascinadas por el amor por Cristo que, en la belleza de su Divina Persona, llena sus corazones. Y la Iglesia entera, por medio de la vocación nupcial mística de las vírgenes consagradas, muestra lo que será para siempre: la Esposa bella y pura de Cristo.

En una de las cuatro cartas que Clara envió a santa Inés de Praga, la hija del rey de Bohemia, que quiso seguir sus huellas, habla de Cristo, su amado Esposo, con expresiones nupciales, que pueden sorprender, pero que conmueven: “Amándolo, sois casta, tocándolo, seréis más pura, dejándoos poseer por él sois virgen. Su poder es más fuerte, su generosidad más elevada, su aspecto más bello, el amor más suave y toda gracia más fina. Ahora estáis estrechada entre sus brazos por él, que ha adornado vuestro pecho de piedras preciosas... y os ha coronado con una corona de oro marcada con el signo de la santidad” (Carta primera: FF, 2862).

Sobre todo al principio de su experiencia religiosa, Clara tuvo en Francisco de Asís no sólo un maestro cuyas enseñanzas seguir, sino también un amigo fraterno. La amistad entre estos dos santos constituye un aspecto muy bello e importante. De hecho, cuando dos almas puras e inflamadas por el mismo amor por Dios se encuentran, sacan de su amistad recíproca un estímulo fortísimo para recorrer la vía de la perfección. La amistad es uno de los sentimientos humanos nobles y elevados que la Gracia divina purifica y transfigura.

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