sábado, 11 de octubre de 2014

Ramón Bayeu. La Virgen del Pilar

La Virgen del Pilar. 1780. Ramón Bayeu
Óleo sobre lienzo. Medidas: 47 cm x 26 cm.
Museo de la Fundación Lázaro Galdiano. Madrid

El Evangelio que hoy leemos en la liturgia sirve perfectamente para poner los ojos en la gran solemnidad que mañana celebraremos, de la Virgen del Pilar. En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.» Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.»

En esta obra de Ramón Bayeu aparece la Virgen maría, manifestándose sobre una columna, rodeada de ángeles e irguiéndose sobre nubes que la envuelven.

El núcleo fundamental de la tradición pilarista consiste en que la Virgen María, desde Jerusalén, donde aún vivía antes de su Asunción, para confortar al Apóstol Santiago el Mayor en sus tareas de evangelización de Hispania, lo visitó milagrosamente en Cesaraugusta a orillas del río Ebro, donde se encontraba con los primeros convertidos. En recuerdo de aquel acontecimiento se levantó más tarde en aquel lugar una modesta capilla en honor de Nuestra Señora, venerando su imagen sobre un pilar o columna.

La primera consignación escrita que se conoce de esta tradición, ya adornada con otros detalles secundarios, data de finales del siglo XIII y se contiene al final de un códice de los Moralia in Job de Gregorio Magno, celosamente guardado en el archivo de la basílica. De la misma época, y conservado en el mismo archivo, es el documento en que aparece expresamente por vez primera la advocación concreta de «Santa María del Pilar». Se trata de una salvaguardia de los jurados de Zaragoza eximiendo de prendas a los peregrinos al santuario, fechada el 27-V-1299, que lleva pendiente el más antiguo sello de cera del Concejo que se conoce.

Pero la historia demuestra con documentos la existencia de un templo de Santa María muchos siglos atrás. Ya bajo el dominio musulmán de Zaragoza está atestiguado por fuentes históricas escritas. Tales son el testimonio del franco Aimoino, monje de Saint Germain des Pres en su Historia translationis Sancti Vincentii, escrita entre los años 870-88, en la que se cita la «ecclesia Beatae Mariae semper Virginis», donde el obispo cesaraugustano Senior mandó depositar las reliquias del Santo hacia el año 855; y el testamento del barcelonés Moción, hijo de Fruya, a quien, a la vuelta de su cautividad en Córdoba, sobreviene la muerte en febrero del año 986 en la Zaragoza musulmana, siendo la primera manda en su testamento 100 sueldos «ad Sancta Maria qui est sita in Çaragotia et ad Sanctas Massas qui sunt foris muros».

Es muy significativo el título de «mater ecclesiarum eiusdem urbis» que el citado Aimoino da al templo de Santa María, que sugiere con respecto a las demás iglesias de la ciudad prioridad en la dignidad y tal vez en el tiempo.

En cuanto a la dignidad, parece seguro que fue la iglesia del obispo o catedral durante la dominación sarracena, mientras hubo prelado, y probable que ya lo fuese durante la época visigótica, en la que también las catedrales de Toledo y de Mérida estaban dedicadas a Santa María, recibiendo la última de ellas también el nombre de «Sancta Hierusalem». La especial vinculación del sepulcro de San Braulio con la iglesia de Santa María de Zaragoza sería una congruencia más para la hipótesis de su catedralidad en la época visigótica.

En cuanto a su antigüedad, en relación con los otros templos cristianos de la ciudad de Zaragoza, recordemos que en los orígenes del cristianismo la comunidad cristiana de Caesaraugusta, junto a las de Mérida, León y Astorga es la primera de las de Hispania de que tenemos referencia escrita explícita hacia el año 254 en la carta 67 del epistolario de San Cipriano; que su obispo Valerio estuvo presente en el Concilio de Elvira entre el 300 y 314; que ofrendó en las persecuciones romanas la sangre de su arcediano Vicente, Engracia y los XVIII mártires, cantados por Prudencio; que, después de la paz constantiniana, fue sede del Concilio antipriscialianista de 380, celebrado «in secretario» o sacristía de una iglesia de la ciudad; y que en concreto en la época visigótica existían en Zaragoza, además de la de Santa María, la basílica de los Mártires y la de San Vicente, cantadas en los poemas de San Eugenio de Toledo, y tal una en honor de San Millán y otra dedicada a San Félix.

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