viernes, 20 de marzo de 2015

Cristo de las Claras de Astudillo

Crucifijo. XII. Anónimo
Madera tallada y policromada. Medidas: 260 cm x 207 cm.
Museo de los Claustros. Nueva York

Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás, y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida.

Estos versos del capítulo segundo del Libro de la Sabiduría, que leemos en la primera lectura de la Eucaristía, nos sitúan este viernes en la contemplación del misterio de la Santa Cruz de nuestro Señor, que por nosotros padeció y por nosotros fue crucificado. En la época románica se representó a este Cristo crucificado no como un hombre sufriente, sino como un rey triunfante. 

Un ejemplo magnífico, que nos ayuda hoy a meditar sobre este misterio, es el del Convento de las Claras de Astudillo, que se exhibe en el Museo de los Claustros de Nueva York. Este Cristo en Majestad expresa simultáneamente sus naturalezas humana y divina. Mientras que las imágenes posteriores de la Crucifixión enfatizan la agonía de Cristo, aquí su corona de oro y expresión serena dan poco indicio al dolor y al sufrimiento; implican, por el contrario, su triunfo sobre la muerte. El cuerpo simétrico y la talla estilizada transmiten una sensación de desapego y de calma. La talla está cubierta con capas de yeso y pintura. Una cantidad considerable de la policromía se mantiene, sobre todo en la cara y el pelo negro trenzado de Cristo. La cruz originalmente colgaba en lo alto de la iglesia para ser adorada.

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