domingo, 19 de julio de 2015

Diego de la Cruz. Cristo de Piedad

Cristo de Piedad entre los profetas David y Jeremías. 1495-1500. Diego de la Cruz
Técnica mixta sobre tabla. Medidas: 60cm x 93cm.
Museo del Prado. Madrid.

Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño –oráculo del Señor–. Por eso, así dice el Señor, Dios de Israel: «A los pastores que pastorean mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, las expulsasteis, no las guardasteis; pues yo os tomaré cuentas, por la maldad de vuestras acciones –oráculo del Señor–. Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen; ya no temerán ni se espantarán, y ninguna se perderá –oráculo del Señor–. Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: El-Señor-nuestra-justicia.»

La primera lectura de la Eucaristía de este domingo nos lleva al atormentado mundo del profeta Jeremias, llamado por Dios para ser profeta de desastres, en contra de la falsa profecía de quienes solo buscaban su propio interés. Por eso, hemos escogido hoy una tabla que, precisamente, relaciona al profeta Jeremias con Cristo doliente, pintada por Diego de la Cruz. El Cristo de Piedad entre los profetas David y Jeremías evidencia un sentido decorativo mayor que el que se aprecia en otras obras del artista. Contribuyen a ello los dibujos en color aplicados al oro para formar brocados -algo que, en general, gustaba a los comitentes y que probablemente Diego de la Cruz incorporó aquí a instancias de éstos- y las tres filacterias, que llenan todo el espacio creando un horror vacui que no se manifiesta en otras obras del pintor.

En esta tabla se representa a Cristo como Varón de dolores. Su imagen es la misma que muestra tras la resurrección -aunque se distingue del Cristo resucitado en que aquí todavía lleva la corona de espinas-, es decir, vivo, con los ojos abiertos, vestido con el perizonium y con la capa sobre los hombros y mostrando las huellas de las llagas producidas en la Crucifixión.

Cristo invoca a los fieles para que contemplen el dolor, el sufrimiento experimentado en la Pasión que se repite una y otra vez, como se aprecia en la expresión triste de su rostro y en la sangre que mana de sus heridas. Esta imagen de devoción tiene carácter eucarístico; Cristo sostiene la filacteria con su mano izquierda mientras dirige la derecha a la llaga del costado, insistiendo así en el gesto conocido en la iconografía como ostentatio vulnerum.

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