sábado, 8 de abril de 2017

Juan de Juni. El santo Entierro

Entierro de Cristo. 1541-1544. Juan de Juni
Madera tallada policromada. Grupo escultórico.
Museo Nacional de Escultura. Valladolid.

En la Antigüedad era común dejar los cadáveres de los ejecutados expuestos durante algún tiempo, como gesto de la ejemplaridad de la justicia y para escarmiento de futuros delincuentes. El espectáculo de un cuerpo así maltratado disuadiría a cualquier persona razonable a intentar nada contra la autoridad establecida. Sin embargo, dado que al día siguiente de la muerte de Jesús se celebraba la solemnidad de la Pascua judía, José de Aritmatea se atrevió a pedir permiso al procurador romano para enterrar el cuerpo de Jesús. Pilato concedió ese permiso y procedieron, entonces, a realizar un rápido entierro, pues apenas tenían ya tiempo ese viernes por la tarde.

Hoy queremos contemplar esta escena a través de una de las obras maestras de la imaginería castellana, que se conservar en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid: el Santo Entierro del hispano-flamenco Juan de Juni. Lo ejecutó entre 1541 y 1544, como fruto del encargo para la capilla funeraria del franciscano fray Antonio de Guevara, escritor, cronista del emperador Carlos y obispo de Mondoñedo, en el convento de San Francisco de Valladolid. El grupo se encontraba dentro de una estructura de retablo realizado en yeso. 

El conjunto ofrece un marcado carácter escenográfico. Pensado para ser visto de frente, se compone de seis figuras dispuestas en torno al Cristo yacente, distribuidas simétricamente en torno a un eje que divide el grupo de la Virgen y San Juan, de forma que el movimiento y actitud de una figura es contrarrestado en el lugar opuesto por otra similar, estando sus posiciones condicionadas a conseguir una visión completa y frontal del conjunto. 


La figura de Cristo, de cuerpo y cabeza majestuosos posee una honda expresividad. El resto de los personajes expresan su reacción ante el cadáver, concentrados en la escena, a excepción de José de Arimatea, quien con una espina en la mano, se dirige hacia el espectador. La caracterización fisonómica muestra unos rostros sufrientes, mientras que los cuerpos se cubren con ropajes abundantes muy característicos de la habilidad para el modelado que maneja su autor. Todo se policroma con un exquisito detenimiento, empleándose tanto el estofado como la punta de pincel a favor del verismo.

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